TRAYECTORIA Y DESTINO DE LA PERUANIDAD
Hace más de medio milenio, en Panamá, un grupo de aventureros, liderados por Francisco Pizarro, enfundados en la soledad de sus ansias de riqueza, con caballos hambrientos y arcabuces oxidados por la brisa del Atlántico, apostaron hacia la conquista del imperio Inca. El nuevo mar, llamado Pacífico, atestiguó la urgencia de poder por parte de los recién llegados.
Políticamente, el triunfo de la traición hispana a Atahualpa, la instauración de costumbres cortesanas y la hipocresía como norma política, trascendieron en el tiempo y calaron en el subconsciente de los que luego serían herederos de las gloriosas gestas patrióticas de San Martín y Bolívar.
La libertad territorial como ideal consolidado tuvo lento despertar, luego de 1821, saltamos a la capitulación suscrita en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1924, la expulsión de la marina hispana se logró el 2 de mayo de 1866. El acuerdo de paz y amistad entre España y Perú, con cláusula formal de “olvido de lo pasado y amistad permanente” recién fue suscrito en París, el 14 de agosto de 1879, cuatro meses después de la invasión chilena a nuestra joven república, revelando un entorno de múltiples carencias, ausencia de previsión y desorganización política.
El perfil de diversos líderes que pasaron por el poder peruano se asocia al relativismo y la dificultad para tomar decisiones drásticas en torno a objetivos mayores visionarios. Los silencios prolongados del Estado justificaron profundos vacíos legales, sociales y éticos, que tienen su punto de partida en carencias de valor espiritual, donde la ausencia del concepto bien común se refleja en la irresponsabilidad individual, gestando la corrupción y el engaño que acompaña, por desgracia, al país.
La guerra del Pacífico implicó una pelea por el guano de islas, vale decir, estiércol de aves que se convirtió en valioso commodity y, por ende, en botín atractivo que modificó la geografía de Sudamérica, encajonando a Bolivia y recortando al Perú las localidades de Arica y Tarapacá, zonas que ahora brindan desarrollo y apogeo al país del lema “por la razón o la fuerza”.
Miguel Grau Seminario, el peruano del milenio, es reconocido mundialmente por su caballerosidad y gestos de hidalguía. Las cartas que dirigiera a la viuda de Arturo Prat y a su propia esposa antes de Angamos, nos permiten observar su gigantesca dimensión humana, cívica y religiosa, quien como buen devoto de Santa Rosa de Lima, practicaba valores que ahora se predican como necesarios en todos los ámbitos de la vida. La cohesión alcanzada con su esposa e hijos fue la cereza vital que no pudo gozar en su infancia y que atesoró hasta su heroica partida.
Cercanos a las dos centurias de independencia, hemos pugnado por definir las fronteras geográficas ante nuestros vecinos, sin embargo, en un presente globalizador, el nuevo patriotismo cambia sables y fusiles por sartenes y cuchillos, las nuevas embajadas de la peruanidad son reconocidas en la deliciosa y plural gastronomía que refleja lo mejor de una fusión integradora que superó los desgarros de la avaricia política para velar, desde los hogares, por el bien común en torno a una mesa popular que comparte con sencillez la cocción de diversos saberes y generosos recursos alimenticios.
Nuestro poeta universal lo dijo con precisión, “Hay hermanos, muchísimo que hacer”, la tarea no sólo está en propiciar el orgullo por la buena mesa, sino por recuperar el espacio para el cultivo y hervor del intelecto en las ciencias, letras y artes, como un compromiso decidido del Estado.
Retomar el liderazgo del universo académico de San Marcos, como el espacio ideal para profesionales mestizos que engrandezcan el espíritu nacional y contribuyan con la cultura y la ciencia del futuro es un reto que no debe prescribir de las buenas agendas políticas.
Recuperemos la PERUANIDAD con todos los atributos gloriosos que nos han legado Manuel Gonzales Prada, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui y Víctor Andrés Belaunde, maestros fundacionales. El maltrato al menos favorecido, envidiar el éxito ajeno, ponerle trabas al cumplidor de la ley y hacer silencio ante la corrupción para favorecer la impunidad son taras que deben combatirse con la enérgica fe, sencillez profética y templanza, como lo hicieron los peruanísimos santos Toribio de Mogrovejo y Martín de Porres, quienes inspiraron desde sus convicciones y sólidas creencias el trabajo solidario, generoso, visionario y verdaderamente descentralizado con mística integradora.
Las pugnas sobre el manejo y planificación de la tierra superan en el siglo XXI las batallas velasquistas por la expropiación de haciendas agrícolas en la pasada centuria, en estas nuevas guerras, sin embargo, la lucha antiminera muy pronto será un recuerdo efímero, los materiales sustitutos y la nano tecnología se encargarán de que el calificativo de país mendigo que vive sentado sobre lo que la naturaleza le prodigó, sea un epíteto correcto y ajustado a la realidad del Perú, entendido como un gigante sin visión.
Las etiquetas mentales, que privilegian el extremismo de la enfermiza acumulación de riquezas sin importar el origen lícito o ilícito, o en el odio visceral gestado por ideologías de violencia y muerte, erradican la nobleza del espíritu, atentan contra el bien común, la solidaridad y la hermandad entre peruanos, buscando romper las convicciones de un pueblo creyente en los valores comunitarios que anhelan un mejor futuro.
Corroer el alma nacional puede ser tarea fácil cuando olvidamos, intencionalmente, que el prójimo es el próximo que puede necesitarnos y frente al cual se debe estar atento para brindar ayuda y solidaridad efectiva.
Los valores individuales no pueden, ni deben ocultarse detrás de las sombras del no querer actuar con firmeza. La irresponsabilidad colectiva es la nueva Fuente Ovejuna que habita, con su mejor sonrisa, en entidades públicas y privadas.
Según las nuevas deidades del ecologismo absolutista, la Pachamama y los apus protectores, no podrían ser tocadas por las industrias extractivas, sin embargo, las tierras sagradas reclaman a gritos en contra de la profanación que ejercen los operadores ilegales de madera, traficantes de drogas y endemoniados gestores de tráfico de personas.
Somos el país bicentenario del sobre diagnóstico, que pretende superar la anomia y la inacción con la simple ingesta de antigripales básicos como si fueran la panacea para curar, sin terapias rehabilitadoras, la grave disfunción de nuestro atrofiado músculo social. La enfermedad que padece el Perú ataca el alma de la identidad y trabaja destructivamente para evitar que otro compatriota sonría ante el éxito de sus propios hermanos.
No habrá celebración, ni gloria que nos acoja, si olvidamos que somos una nación donde la peruanidad se consolida y define como sustantivo único que refleja valores, identidad, fe y coherencia, sin estos cuatro elementos y sin los frutos que ellos proveen, la casa que nos acoge como nación corre el riesgo que la corrupción, vulgaridad, prepotencia e insania socaven las legítimas aspiraciones a vivir en una auténtica libertad, “firmes y felices por la unión”, tal como rezaban los primeros estandartes independentistas.
La auténtica libertad, comprendida como la capacidad de optar entre lo bueno y lo mejor, espera el despertar de las alarmas del espíritu nacional que propiciará la ansiada sinapsis neuronal para activar el progreso y el olvidado bien común que requiere con urgencia esa sociedad bicentenaria llamada Perú.
El rol social de la comunicación implica la exigencia de plasmar nuestra realidad social en todos los formatos. El gran reto es profundizar, por ejemplo, en el mensaje de la fotografía de Martín Chambi y sus seguidores, como Willy Retto, Oscar Medrano y muchos otros notables artistas del lente.
La precisión y la agudeza para desnudar la crítica realidad que nos acontece, habita ya en las redes sociales, enriquezcámosla, siempre, con la belleza de la palabra, con la poética y feliz construcción que remece conciencias, que propicia mejoras y que reta al presente por un mejor futuro.
La comunicación, en todas las plataformas, nos permite abrir los ojos y descubrir la magnitud de una realidad no siempre grata. El poder de la palabra se imprime ahora en nuestras conciencias y desea que cada quien editorialice en su corazón sobre el ideal de bienestar para la nación que nos legó el rico patrimonio en la cultura plural que reclama que nos comprendamos y optemos por salir adelante, superando inequidades y construyendo desarrollo con conciencia.